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Foto del escritorAlejandra De Yturbe

No heredamos una tradición, exaltamos nuestra historia.

Aprender en familia es un arte, en este espacio te propongo una manera de engranar el complejo mundo del adulto y la simplicidad de la niñez, con el fin de beneficiar y engrandecer a ambos.

Este mes de octubre, en vez del trick or treat o decoración con telarañas, te propongo un verdadero aprendizaje en familia a través de un altar de muertos en casa. Los niños quieren tratar temas profundos, como la vida y la muerte, pero exigen sencillez y practicidad.


Si un día cualquiera invitas a tus hijos a tener una seria plática sobre la muerte o a aprender sobre sus antepasados e historia familiar, seguro los sacarás de onda o no mostrarán interés. Y claro, esa plática tan especial nunca surgirá, por lo menos no de manera forzada.


Te propongo, en vez de llenar tu casa de momias, tumbas y brujas pon un altar de muertos. Primero, son más bonitos y decorativos (tanto trabajo cuesta mantener la casa limpia, no entiendo por qué la decoramos con telarañas.

Segundo, abren una ventana al pasado e inspiran al futuro. En mi casa y en mi negocio es ya una tradición.


Como todo, al principio fue algo chiquito: en un rincón puse unas flores, un mantelito, unas velas… Pero no tenía lo principal: ¡las fotos! Fue cuando empezó la magia. En la búsqueda, fui a casa de mis papás a desempolvar cajas. Con mi mamá, empezamos a abrir álbumes, a recordar lugares, anécdotas, personas. Con cada cambio de página surgía un “Mira al tío Carlos, ¡qué flaco!”, “¡ve cómo era la casa antes!”, ¡Cómo le gustaba a mi abuelito ese caballo! De manera casual, revivimos nuestra historia familiar y nos sentimos parte de algo más grande y nos llenamos de orgullo por mantenerlo vivo.


Después de escanear la foto indicada (creo que debe de ser la imagen de la época de gloria del difunto, no la de un viejito al final de su vida) y enmarcarla, la llevé a mi altar. Les expliqué a mis hijos la costumbre de poner objetos que le gustaban a cada difunto. Y de ahí vino otro momento mágico. Los niños consecuentemente preguntaron: ¿qué le gustaba a tu abuelito? Entonces les conté mis recuerdos, de cómo le encantaban los caballos, que me regañaba cuando me chupaba el dedo… Abrupta interrupción de los tres: “¡¿TE CHUPABAS EL DEDO?!” Seguramente se creó en su mente una imagen poco común, la de imaginar a su mamá como una bebé.


Naturalmente surgieron muchas preguntas. Las respuestas nos llevaron a la historia personal de cada antepasado y se entrelazaron con la historia de México y temas migratorios. Muchas cosas no sabía; nunca las platiqué con mis papás. Y me pregunté: ¿será que mis papás las sepan? Como mencioné al principio, estas conversaciones no se dan tan fácilmente entre las familias.


Así, seguí con la foto de mi abuelita, a la que le puse el collar que me regaló; al tío, los cigarros y a la tía, las cartas, en fin. Sin pensarlo y sin aburrirlos, les compartí mi historia: su historia. Les abrí una ventana a mi niñez y mi juventud. Se les esclareció por qué me gustan los caballos, ponerme muchos collares y comer paletas de cajeta.


Ahora el altar de mi casa tiene un lugar central. Cuando lo colocamos, los niños saben cómo se llama cada difunto y qué le gustaba.

Cada año he ido aprendiendo más sobre los elementos “requeridos” para el altar: que tenga niveles, comida, una entrada, agua, etc.


Con el tiempo, nuestros altares se han sofisticado. Hemos añadido manualidades hechas en casa, inspiradas en el colorido de la gran cultura mexicana. Y cada vez aprecio más el trabajo y sentimiento detrás de diferentes altares, porque sé que son la muestra de otras historias y de otros valores.


¿Sabes cuál es la historia y valores de tu familia?

Si quieres saberlo, empieza este octubre poniendo tu altar.


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